Esta es la historia de un japonesito que quiso «aprendé a hablá cubano»…
No hace mucho recibí la llamada telefónica de un joven estudiante japonés, quien acababa de llegar a La Habana y no hablaba ni j de español. Sin titubeos, me pidió que le diera unas clases de lenguaje, pero resultó que en cuanto llegó a la biblioteca donde nos citamos, me aclaró que a él no le interesaba mucho conocer los sustantivos, verbos, adjetivos o adverbios. No, no, este simpático hijo del sol naciente solo aspiraba a «aprendé a hablá cubano».
Bueno, pues de la palabra al hecho. Al siguiente día lo llevé a caminar un poco por la calle Monte y enseguida empezó a sorprenderse. Al lado de él, una vieja mestiza con ojos de luna le gritó a toda voz a su nieto: «Niño, apéate de ese árbol, te vas a destimbalar y partir la siquitrilla. Ya es muy tarde, tú no quieres disparar un chícharo, ponte a curralar». Imagínense ustedes cómo sufrí para que el gentil amarillo entendiera semejante jerga. La traduje así: «Bájate de allí que te vas a hacer daño, eres un flojo, ponte a trabajar».
Más tarde, a la altura del Parque de la Fraternidad, le expliqué con señas y movimientos guturales, llamativos para algunos caminantes, que el cubano obsesionado tiene en realidad matraquilla, el pobre está pela’o, el vago se jama un cable, el esquelético es un güin y el muerto guinda el piojo, estira la pata o canta el Manisero. ¡Ah…!, también le hablé de los sujetos neuróticos a quienes les patina el coco o tienen cruzados los cables.
En fin, tuve que rogarle a Júpiter y al resto del panteón pagano para que mis verdaderos alumnos universitarios no me oyeran hablando en tales términos. Como una hora después, nos encontramos, a la altura de Obispo, con Reniel, un joven del poblado de Guane, quien, ante mi solicitud de apoyo, contestó enseguida: «Compadre, esto es lo mío, déjame a mí».
¡En mala hora! Casi me tengo que tapar los oídos ante tales coloquialismos. Y lo peor: el asiático apuntaba ansioso y lleno de sudor todas esas herejías idiomáticas hasta que alguien comentó al lado de él: «¡Ño… Marisol, me la pusiste en China!» (al parecer no le agradaban mucho los viejos mandarines).
Reniel le explicó al nipón que cuando un caballero le echa el ojo a una dama, tiene con ella tremendo metío, por lo que de inmediato empieza a darle muela para conquistarla. Aunque, si la pretendida es fea o flacucha, la oculta de todos con el propósito de que sus amigos no le digan: «Asere, tu jevita es un moco… vaya un asco».
En el área de las infidelidades fue igualmente claro el pinareño: «Amigo, si la muchacha le es infiel al hombre, le está pegando los tarros… ¡no hay más!». Y a continuación, agregó: «Y esto es grave: un socio mío, loco por una pura, se puso curda en un bar y se desmondingó en su motico en la carretera».
Al otro día, mi discípulo fue a moverse un poco en una discoteca (decir que bailó sería algo exagerado) y se enteró de que había echado un pie; luego, al salir, le cayó atrás a una guagua y se enteró de que había echado un patín… Por cierto, no le faltaron los elogios de varias amazonas: «Chinito, te la comiste, ¡eres un bárbaro!». Y peligrosas críticas: «Chino Manila, te estás dando mucha lija ¿o qué?, ponte para esto y pégate un poquito».
Finalmente, se hizo presente en él esa sabiduría recóndita, meditada y ladina de los orientales, y se me apareció en la casa con una obra de Mongo P., recordado autor costumbrista de Bohemia, que le había comprado a un vendedor de libros viejos de Centro Habana. «¿Qué es ser un filtro?», me preguntó entonces intrigado. «Bueno, Kanata (creo que aún no he mencionado su nombre), un filtro es un salvaje, una fiera, un animal». «¿Y una polilla?». «Un tipo que empieza a leer un libro antes de terminar el anterior». «¡Ah… es candela!». «No… no… no me formes un arroz con mango… candela se usa para definir a los jóvenes inquietos, jodedores, pícaros, galanes… callejeros». «Uhhh… me gusta… voy a buscar a algunos».
Orlando Carrió
FUENTE: CUBASI