¡Yo quiero un amigo cubano!

La Habana, Cuba. Pienso que en las últimas décadas los amigos de casi todo el planeta nos hemos vuelto demasiado ceremoniosos, protocolares y artificiales, lo cual no es nada bueno si pensamos en una entrega real, sin hipocresías o conveniencias sociales. En México y Venezuela, por ejemplo, los países que más conozco después del mío, expresiones como «permiso» (o «permisito»), «favor», «nos hablamos», «pronto nos tomamos un café», «me encantaría que nos viéramos un domingo» y otras banalidades por el estilo, propias, sobre todo, de las clases medias, han sustituido al verdadero apretón de manos, al abrazo del alma, a la palmadita en el hombre, a la llamada a las once de la noche para dar cuenta del último chisme y al traguito que acompaña a las desgracias del prójimo.

Es una pena, porque sin familiares, y en particular, sin amigos, andaremos siempre desorientados, turulatos, faltos de los bastones que se necesitan para atravesar los campos espinosos de la globalización.

Claro, hay países donde las personas se toman más en serio este tópico y Cuba, por suerte, figura en esta lista cada día más escuálida. No por gusto dicen que tener un «socio» en esta Isla es igual a ser dueño de un central azucarero. Un amigo en estas latitudes nunca te preguntará cómo estás, sin preámbulos se te lanza encima para destacar tú buen porte, lo mucho que has adelgazado y la buena pinta de tu cabello y hasta de tus ropas. Y si es una dama, al instante te estampa un buen besote y de comenta: «Pepillo, estás en la última, contigo no hay quién pueda». Tal vez todo sea mentira, pura comedia, pero tú te sientes como un gallo fino listo para salir al ruedo.

Aunque, este solo es el comienzo. Un amigo cubano cuando te hace una visita nunca llama a tus padres señor y señora, se ríe de estas convenciones sociales, y enseguida  te preguntará: ¿Oye, loco, y como está el viejo?… ¿Y la vieja sigue de costurera? Incluso, si la asistencia es algo arrabalera indagará por tu «puro» y por tu «pura» con el mayor desparpajo del mundo.

En Cuba para ver a un amigo no hace falta agendar una cita y discutir sobre el día, la hora y el motivo del encuentro. ¡Nada de eso! Las visitas repentinas con tan frecuentes como los fuertes alisios que entran por la boca del Malecón. Y el anfitrión no tiene otro remedio que improvisar algo de comer si llegan las fatídicas doce del día y los estómagos andan con lunares.

 La invitación para sentarse ante el caldero casi siempre se mueve entre unos chícharos bien sabrosones o un pan con croquetas de la bodega. Da lo mismo. El gesto es lo que vale. Lo importante es poder darle a la lengua. A renglón seguido, el invitado, en el colmo del descaro, te pedirá un cafecito, y si no le respondes de inmediato, se meterá en tu cocina, tomará la cafetera y lo hará él (con el azúcar que le regala presurosa la vecina Clotilde).

Se puede dar además el caso de que tu amigo necesite dormir en tu vivienda, pues es de provincia y tiene un turno en un hospital al día siguiente. Es decir te zumbe una «tiñosa». En este caso, casi siempre el dueño de la casa, ofrece, no el sofá, como podría suceder en otras latitudes, sino su propia cama, y termine acostándose encima de una frazada en el piso. Eso sí: no parará de conversar en toda la puñetera noche y de dormir… ¡nada!

Por fortuna, los amigos cubanos no solo provocan dolores de muelas y mucho fastidio: si tienes algún problema, prepárate, tu compinche va a llorar a tu lado a moco tendido. No importa la índole de la desgracia, cualquier drama parece bueno para lanzar lamentaciones y hasta una lagrimita boba. Y si estás refriado, no te mandará a comprar una medicina sofisticada y cara, por el contrario, te hará una sopa de pollo, y te obligará a tomártela junto con los eficaces remedios de su abuela. ¡Ah…!, y no te mandará flores con una tarjeta cuando estás ingresado en el hospital, no… no… armará un grupo de emergencia rotativo y cada dos o tres días se sentará en una silla toda la noche para cuidarte.

Existe la creencia de que los «aseres» cubanos nunca tocan las puertas como aconsejan la prudencia y la buena educación, más bien entran sin avisar y luego te dicen: «Oye, estoy aquí». Y es cierto. También lo es el hecho de que podrían escribir todo un anecdotario sobre ti y tu familia con todos los secretillos, trascendentes y tontuelos, que le has contado…

Finalmente, nada de esto le saca chispas al jarro por una razón bien sencilla, los amigos cubanos, gritones, desparramados, invasivos y simpáticos hasta en la madrugada, no son hijos de las eventualidades y accidentes de la vida, tampoco son fugaces o pasajeros, al revés, se te sientan al lado y ni con candela los puedes alejar, ¡son para toda la vida!

Redacciòn: Orlando Carrió

 

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