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Silencio

En el televisor hay un viejo que se ríe mirando a una jovencita. Le pasa la mano por la barbilla y se vuelve a reír. Desde donde estoy tengo que alargar un poco la cabeza para verlo bien, el televisor está en el otro extremo de la sala y no alcanzo a definir al viejo. No sé qué se dicen, el televisor está roto, no se oye. Me paso el día frente al televisor. A veces me gusta que no se oiga, a veces no. Mi padre pasa varias veces por delante del televisor y no me deja ver bien al viejo acariciando a la jovencita. Mi padre se despertó por la mañana y no ha dejado de moverse por toda la casa. Mi mamá también. Los dos miran a cada rato por la ventana. Cuando mi mamá me puso el pan con queso y el vaso de leche en la mesa, mi padre se sentó delante de mí a limpiar su pistola. Tuve que inclinarme a un lado para ver lo que pasaba en el televisor.

El pan está caliente, con el queso derritiéndose por los lados. La leche está fría y me refresca la boca. No me gusta la comida caliente. Mi mamá siempre me la sirve caliente. Hubo un tiempo en que yo tiraba los platos al suelo. En ese tiempo me llevaron mucho al médico, pero nadie entendió que quería la comida fría. Dejé de tirar los platos al suelo y ya no he ido más al médico, pero siguen sirviéndome la comida caliente. Hoy en la mañana, cuando mi mamá me preparaba el pan caliente con queso, me serví la leche fría del refrigerador para que ella no la calentara. Siempre calienta las cosas.

Mi padre se ha parado delante del televisor a mirar por la ventana. Tiene la pistola en la mano derecha. El gato gris viene a olerla. En casa tenemos tres gatos, uno gris, uno blanco y uno de un color que todavía no me sé. Me gustan los gatos, no hablan. Solo maúllan un poco cuando tienen hambre. A veces me dan ganas, por las noches, de matarlos a todos, porque maúllan mucho y me despiertan. Me dan ganas de gritar, pero es que entonces diría algo y mi mamá se pondría nerviosa y me daría muchos besos, solo porque grité.

Cuando mi padre se quita del medio, la telenovela ya ha terminado. La veo todas las mañanas cuando desayuno. Hay cosas que no entiendo, pero me cae bien una negra que sale, a la que un blanco siempre le está dando latigazos en la espalda. Mi mamá dice que ese blanco es un degenerado. Yo no sé qué es eso.

Una vez leí en un libro que nunca debías darle la espalda a una puerta cuando te sentaras. Desde ese día me comencé a sentar en la esquina de la sala para desayunar, almorzar y comer. Nunca le doy la espalda a una puerta cuando me siento, ni a una ventana. La gente puede entrar igual por las ventanas.

Me gustan los libros. No hablan, no te preguntan nada y si hay cosas que no entiendes no puedes preguntarles. Tienes que ir a otro libro para a averiguar qué fue lo que te quiso decir el primer libro. Me gusta eso de ir de un libro a otro, me hace sentir que hago algo. Mi padre me dice todo el día que soy un inútil. Yo no le digo nada, yo no le digo nada a nadie nunca. Pero pienso que él también fue un inútil los cinco años que estuvo preso. En esos cinco años mi mamá se lo hacía todo, le llevaba comida y me hacía ir a ese lugar a verlo. Me dijo mi mamá que en ese lugar él se pasaba el día con sus amigos. Eso es no hacer nada. A veces tengo ganas de gritarle eso, y de decirle que la casa era más grande sin él.

Dice mi mamá que yo hablé un poco tarde, como a los tres años. Pero que cuando comencé a hablar no paraba. Yo no me acuerdo de eso, de lo que sí me acuerdo es de cuando dejé de hablar. Tenía seis años, ocho meses y dos días, fue un jueves. En la escuela vino un niño y me empujó. Yo no hice nada. Me volvió a empujar y después me cayó a golpes. Llegué a la casa con la camisa rota, y la boca, y una ceja.

Mi padre me preguntó por qué no me había defendido y le dije que había ido a ver a la maestra y se lo había dicho todo, y que habían castigado al niño. Mi padre me dio muchos golpes también y me dijo que los hombres no hablan. Ese día no dormí por el dolor. Los hombres no hablan. Ahora tengo catorce años, un mes y once días. Nunca he vuelto a decir una palabra.

Los libros me gustan. Tienen muchas palabras que no se oyen. Puedes abrir un libro y dejarlo abierto durante todo un año y nadie va a oír una palabra. Nadie. Por eso también me gusta el televisor de mi casa, aunque le subas el volumen, no vas a oír nunca una palabra. A veces no me gusta. Pero cuando las imágenes tienen letras, es como leerse un libro que se mueve.

Mi padre sigue con la pistola en la mano. Mi mamá le ha dado café tres veces desde que se levantó. Hoy es ese viernes del mes donde yo y mi mamá tenemos que ir a ver a la doctora. La doctora se sienta a hablar conmigo y me hace dibujar. Cree que voy a ser pintor. Me gusta mucho dibujar, tengo mi cuarto lleno de dibujos con crayolas. No pinto con otra cosa porque no me dejan. El otro día quemé un lápiz y me puse a dibujar en una de las paredes del cuarto. Vi en un libro lo que dibujaban los hombres primitivos y quise pintarlo. Mi padre me estuvo dando golpes un rato, creo que fueron quince minutos. No pude ver el reloj antes de que comenzara. Cuando se me quitó el dolor, llegó con una lata de pintura y me hizo taparlo. Me dieron ganas de enterrarle el lápiz en los ojos. Mientras estaba tapando el dibujo los tres gatos se acostaron alrededor mío. Me gustan mucho los gatos, los miras y ellos te miran y no tienes que decirle nada para que te entiendan.

En el televisor empezaron los animados de por la mañana. Mi padre dice que estoy viejo para eso, a mí me gustan mucho. Mi padre sigue metido en el medio del televisor. Se ha asomado a la puerta ocho veces y cada vez que lo hace se pone delante del televisor. A la ventana que hay detrás del televisor se ha asomado seis veces y para hacerlo también tiene que pararse delante del televisor. Me ha tapado el televisor catorce veces.

He terminado el pan con queso y todavía tengo hambre. He guardado la mitad del vaso de leche para el otro pan con queso. Mi mamá pasa por mi lado y la detengo y le enseño el plato vacío. Me pregunta si quiero otro y le digo que sí con la cabeza. Cada vez que hago eso mi padre le dice que no me diga nada, que así nunca voy a aprender a hablar. Yo sí sé hablar, pero no quiero decir nada.

Hablar te mete en problemas. Siempre te mete en problemas. Cuando cumplí once años, en mi cumpleaños, se me ocurrió hablar de nuevo. Mi mamá lloró mucho ese día, y mi padre se fue de la casa. Solo dije «gracias». Al otro día me llevaron a ver a la doctora y en ese tiempo fue cuando tuve que empezar a dibujar.

Mi mamá se demora con el pan en la cocina, está calentando el pan para que el queso se derrita. No me gusta el queso derretido, ni el pan caliente. Tengo que esperar a que se refresque para poder comer y me da hambre ver la comida en la mesa y no poder comérmela. A veces cojo el plato de comida caliente y lo meto en el congelador para que se enfríe. Mi padre también me ha dado golpes por eso, dice que el refrigerador se rompe.

Mi padre ha prendido siete cigarros desde que se levantó. Quiero que prenda otro, no me gustan los números impares, me falta el aire cuando los veo. Tiene que prender otro. Me levanto y voy hasta la mesa de centro de la sala y le alcanzo la fosforera y los cigarros. Tiene que prender otro para que sea par. A veces cuando hago eso él me da las gracias, a veces no. Siempre lo hago cuando veo que deja de fumar en un cigarro impar.

Antes de estar preso mi padre no fumaba. Él estuvo preso por algo de droga. Mi mamá me ha explicado lo malas que son las drogas, que si la policía te atrapa con alguna te meten preso. Después de eso leí un libro que decía que el café era una droga. Fui para la cocina y boté todo el café por la ventana. No quería las drogas dentro de mi casa. Mi padre nunca se enteró. Antes de que él llegara, mi mamá fue a la tienda y compró más café. Después me regañó. No entiendo lo de las drogas.

Mi mamá viene y me pone el pan delante. Está soltando humo y empiezo a soplarlo.

La puerta se abre de golpe. Entra tío Rey con un amigo que nunca he visto.

Tío Rey le dispara a mi padre en la barriga. La pistola de tío Rey tiene la punta larga y no hace ruido cuando dispara. Mi padre se cae al suelo y empieza a botar mucha sangre. Yo he visto sangre otras veces. Cuando me sacan sangre para los análisis me gusta mirar la jeringuilla como se va llenando, y como se va poniendo oscura mientras se llena. Una vez mi padre se cortó la mano con un cuchillo. Estaba picando una carne congelada. Mi mamá no pudo atenderlo, decía que la sangre la impresionaba. Yo ayudé a mi padre a vendarse la mano y limpié la sangre del piso. La sangre cuando cae en el piso y se seca es pegajosa. Tuve que limpiarla con alcohol.

Mi padre cae al suelo y lo llena de sangre. Trata de levantar la pistola, pero tío Rey le da otro tiro en medio del pecho. El televisor se llena de sangre en una esquina y los animados no se ven bien. Mi mamá está al lado mío y empieza a gritar. El amigo de tío Rey dispara y le da en el hombro. Mi mamá choca contra la pared que tengo detrás y cae sentada en el suelo. El amigo de tío Rey dispara de nuevo y le da cerca del cuello. Mi mamá suelta mucha sangre y me mancha las piernas. La sangre es muy roja. Mi mamá me mira y trata de decir algo. Mueve la boca pero no dice nada. Yo estoy masticando un pedazo de pan con queso. El pan no me baja por la garganta, la tengo cerrada. Mi mamá me mira, la sangre le sale por el cuello. El amigo de tío Rey se acerca y le da otro tiro en el pecho. Mi mamá deja de mover la boca y se queda tranquila.

Cuando mi mamá me trae de la escuela, y me he portado bien, nos detenemos en una caseta de tiro con escopetas de aire. El viejo del punto de tiro me cae bien, ya me conoce y hasta me regala balines. Una vez habló con mi mamá para que me presentara en un concurso de tiro, mi mamá me llevó y terminé en segundo lugar. Nunca había estado delante de tanta gente mirándome y las manos me sudaban mucho. Yo quería disparar tranquilo, pero todo el mundo me miraba. Las manos me sudaron mucho ese día. Llegué a la casa y las manos me seguían sudando. Al amigo de tío Rey también le sudan las manos, veo las gotas cayendo al suelo. Su puntería no es buena. A esa distancia yo lo hubiera hecho mejor.

El amigo de tío Rey se vuelve hacia mí y me apunta con la pistola. Yo todavía le doy vueltas en la boca al pedazo de pan con queso. No puedo escupirlo, no puedo tragarlo, la garganta la tengo cerrada, creo que me va a empezar a faltar el aire, no puedo parar de masticar. La sangre sobre mis muslos se empieza a poner pegajosa. No puedo mirar a mi mamá. Le han dado tres balazos, hubiera preferido dos, o cuatro. No soporto los números impares. Mi mamá tiene tres balazos, me falta el aire solo de pensarlo. Espero a que el amigo de tío Rey le de otro para poder mirarla. Pero parece que está muerta y él no le va a dar otro.

Sigo masticando y mirando los animados en el televisor. El amigo de tío Rey se mete entre yo y el televisor y muevo la cabeza para poder ver lo que pasa en los animados. Tengo ganas de mirar a mi mamá pero no puedo, tiene tres balazos.

Tío Rey le dice a su amigo que me deje. El amigo de tío Rey me sigue apuntando con su pistola. Me está mirando fijo a la cara. Debe pensar que soy anormal, un retrasado mental. Yo sigo masticando el pan, no puedo ni vomitarlo ni tragármelo. El amigo del tío Rey me sigue mirando. Tomo el vaso de leche y doy un sorbo a ver si el pan baja. El tío Rey le dice que me deje, que soy anormal y mudo y que no me doy cuenta de las cosas. El amigo del tío Rey lo mira y luego me vuelve a mirar, ya me tiene incómodo. No quiero mirarlo.

El amigo del tío Rey y el tío Rey se van de la casa.

Mi padre está tirado delante del televisor, llenando la alfombrita con sangre y otras cosas que le salen de la barriga. Una vez me cayó mal la comida, mi mamá se quedó despierta conmigo toda la noche porque tenía fiebre y estaba vomitando lo que comí. Mi mamá tenía un cubo para cuando me entraban las ganas. Ella había ido a vaciar el cubo al baño y me entraron ganas de nuevo. Vomité toda la alfombrita de la sala. Mi padre se despertó por el ruido y cuando vio la alfombrita manchada me dio dos puñetazos muy fuertes. Hasta me partió la boca. Mi mamá le gritó unas cuantas cosas, él le levantó la mano y mi mamá hizo silencio. Después de los puñetazos seguí vomitando. La cara me ardía mucho. La alfombrita quedó más clara, nunca se le quitó la mancha. Ahora todo, la mancha y el resto de la alfombrita, está cubierto de sangre. Ya no se ve la marca de mi vómito.

Logro tragarme el pan. El pecho me arde y la cabeza me está doliendo un poco. Todavía es la hora de los animados. Mi mamá sigue tirada al lado mío. La pared está manchada de sangre y mis muslos también. Se está haciendo un charco de sangre en el piso. Sigo comiendo el pan. Lo termino de bajar con el vaso de leche. Sé que mi mamá no va a llevarme el plato para la cocina, ni va a fregarlo. Me levanto y lo hago yo. Trato de pasar por arriba de mi mamá sin pisarla. No puedo, me paro sobre su mano derecha sin querer.

Llego a la cocina y boto las migajas en el cesto. Friego el plato y me sirvo más leche, me quedé con hambre. No sé cuánta azúcar echarle a la leche. Creo que son dos cucharadas. La leche sin chocolate no me gusta. No sé dónde mi mamá guarda el chocolate. No puedo ir a preguntarle. Miro en todos los estantes y no encuentro el chocolate, solo encuentro el café. Es el polvo del café. Se lo echo a la leche y la revuelvo. El café sigue flotando arriba. Voy para la mesa y me siento, esta vez no piso las manos de mi mamá.

La puerta de la sala está abierta. Da al pasillo de entrada de la casa. Hay varias casas que dan a ese pasillo. El televisor está casi al lado de la puerta, delante de la única ventana que hay en la sala. No me gusta que la puerta se quede abierta. No me gusta que la gente pase por el pasillo y se quede mirando para dentro de la casa.

La leche sabe muy mal. La leche con café no se hace así. No sabe igual. Mi mamá está muerta. Hay un niño en mi aula que no tiene padres. Sus padres se murieron cuando él era chiquito. Sus abuelos lo cuidan. Yo no quiero irme a vivir con mis abuelos. Son muy viejos y siempre están tratando de que hable. A ellos no les gustan los gatos. Vi a mi abuela una vez tirarle agua a un gato. Desde ese día me dije que no iba a mirar más a mi abuela. No quiero volver a hacerlo.

La mujer que vive al lado de nosotros se acaba de parar en la puerta. Está mirándolo todo con los ojos muy abiertos. Empieza a gritar. Muy alto, muy fuerte, muy penetrante. Me atoro con la leche, el grito me asusta mucho. Los gatos salen corriendo, uno de debajo del sofá, otro que estaba en la esquina al lado mío. La mujer sigue gritando. Llegan otros vecinos y se ponen a mirar. Eso es lo que no me gusta de las puertas abiertas, que todos miran dentro.

Me cae muy mal el amigo del tío Rey, creo que lo odio. No odio a mucha gente, pero a él sí que lo odio. Lo odio por haberle dado tres tiros a mi mamá, por haberme mirado tanto, por haber dejado la puerta abierta. Cuando crezca lo voy a matar. Al amigo del tío Rey, y al tío Rey también por haberlo traído.

Siguen llegando gente a la puerta. Algunas mujeres se ponen las manos en la boca. Creo que les da asco ver a mi padre tirado en el suelo manchando la alfombrita. Me levanto para llevar la jarra para la cocina, ya terminé de tomarme la leche con el café. Todo el mundo me mira. Trato de no pisar de nuevo las manos de mi mamá y lo consigo. En la cocina friego la jarra. A mi mamá no le gusta que la deje sucia. Voy para el baño a lavarme los dientes. Cuando termino de tomar leche siempre voy a lavarme la boca. Todos siguen mirándome.

Odio mucho a tío Rey y a su amigo. Ninguno de los dos sabe disparar bien. Yo disparo mejor que ellos. El amigo de tío Rey tuvo que darle tres tiros a mi mamá. Yo lo voy a matar solo con dos. Cuando tenga veinticinco voy a ser mayor de edad y voy a poder matarlos. Voy a usar cuatro balas, dos para cada uno. Los números impares me caen mal y no quiero verlos en ninguna parte.

Me limpio la boca con mi toalla y salgo de nuevo a la sala. Hay muchos vecinos mirando para dentro. Tengo ganas de cerrarles la puerta en la cara. Camino por la sala y paso por encima de mi padre. Trato de no pisarlo, ni a él ni a la alfombrita. No quiero que las chancletas se me llenen de sangre. Me siento en el sofá y me pongo a ver el televisor. Creo que hoy no voy a ir ni a la escuela ni a ver a la doctora.

En la sala entra un policía y yo me pongo a sudar por las manos. Siempre que veo un policía o un bombero de cerca me sudan las manos.

El policía me carga y me saca de la casa. Tengo el short lleno de sangre. No me gusta salir en short para la calle. El policía es muy fuerte, me carga como si yo fuera un gato. Me sienta en la parte de atrás de un carro y viene una mujer policía a revisarme. Las manos me sudan mucho. La mujer me mira la cara, me limpia la sangre de los muslos, me acaricia la cabeza. Ella me cae bien.

Los policías entran y salen del pasillo. Seguro que a donde van es a mi casa. No paran de llegar policías. Hay un viejo al que todos saludan. El viejo se pasea delante de mí mirándome. La mujer le dice que soy retrasado mental. Ya la mujer no me gusta tanto. No soy retrasado mental, solo que no me gusta hablar.

El viejo está preguntando si hay algún testigo. La mujer me señala a mí. El viejo se acerca y me mira. Me pregunta que si puedo hablar. Yo solo lo miro fijo, no me cae ni bien ni mal. Vuelve a preguntarme. Me empieza a decir que si yo digo algo, cualquier cosa, ellos podrán atrapar a quien hizo eso y castigarlo. Yo no quiero hablar.

El viejo se aleja y entra en el pasillo. Pasa un rato largo y llega un carro de policía con el tío Rey sentado detrás. El tío Rey se baja y camina hacia donde estoy yo. La mujer lo detiene y se ponen a hablar delante de mí. Él le pregunta si yo he dicho algo de lo que he visto. Ella le dice que no, que al parecer no me di cuenta de nada. El tío Rey mueve la cabeza, lentamente, de un lado a otro. El tío Rey no sabe que lo voy a matar cuando cumpla veinticinco años. Dentro de once años, tres meses y quince días voy a matar al tío Rey y a su amigo. El tío Rey le pregunta a la policía qué va a suceder conmigo y ella le dice que van a buscar a algún familiar para entregarme. Él la toma por el hombro y se dicen algo bajito. El tío Rey se vuelve hacia mí y abre los brazos, preguntándome si quiero irme a vivir con él.

Le sonrío al tío Rey y le abro los brazos. Nos abrazamos. El tío Rey me carga. La policía se sonríe también. El tío Rey, conmigo cargado, camina hasta el carro de policía que lo trajo. Nos vamos para su casa. El tío Rey está sonriendo. El tío Rey no sabe que cuando tenga veinticinco años le voy a disparar dos tiros en la cabeza. Creo que si sabe esto no me lleva para su casa.

Autor: Daniel Burguet

La Habana. 1989.

Egresado del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”, y miembro de la Asociación de Hermanos Saiz (AHS). Tiene publicado los libros Historias del más acá, por editorial Guantanamera. Ladrar a las puertas del cielo, por editorial Extramuros. Y Cuando despiertes, en editorial Abril. Premio Calendario 2018, en la categoría de Ciencia Ficción. Premio Luis Rogelio Nogueras de novela en 2017. Premio Aquelarre a mejor libro en 2016. Premio de cuento César Galeano en 2014. También ha obtenido mención, durante tres años consecutivos, en el concurso David convocado por la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba). Ha participado en ferias del libro dentro y fuera de la isla.

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