La Habana, Cuba.-En la esquina de San Ignacio y Empedrado, al pie del vetusto restaurante El Patio y frente al principal templo de La Habana, una reina africana ejerce con vehemencia su sacerdocio en la actualidad: ella es Juana Ríos Ríos, conocida en media ciudad como la Cartomántica de la Catedral y en medio mundo como Juana la Cubana, uno de los emblemas de la capital, o si se quiere, una hechicera globalizada, ceremonial y turística, deudora, hasta el cuello, del reino de los orishas.
Juana, la hija más pequeña de Goyo Ríos, el Hombre Orquesta de la provincia de Pinar del Río, y hermana del conocido tresero Aldo del Río, fallecidos no hace mucho, empieza sus correrías tocando las maracas y cantando en el grupito callejero de su progenitor. Luego, en la adolescencia, se hace despalilladora en una empresa tabacalera, antes de transformarse, ya bien mujerona, en la primera cocinera que entra a trabajar en el estadio de béisbol Capitán San Luis. Al mismo tiempo, enseña a bailar a los niños y, durante los carnavales, saca a la calle varias carrozas y comparsas infantiles con una mística y una sandunga incomparables.
Negra alta y redonda, llena de sonrisas, se casa en su Vueltabajo natal con un obrero de la Termoeléctrica del Mariel y, antes de divorciarse, pare cuatro hijos, a quienes no les oculta sus andanzas de brujera mañosa y experta. Cuando la entrevisté hace unos pocos años, sentada en su capitalino trono de marfil, comentó:
«De niña mi padre me dijo: “Es verdad, tú eres muy especial, tus augurios los veo”. Dormida, aprendí a tirar las cartas y a comunicarme con una muñeca perteneciente a mi abuela. Al principio, se plantaba frente a mi cama, en silencio y, un buen día, me dio su nombre: Rufina. Ella me impulsó hacia esto: se viste como yo, comparte sus ideales conmigo y me quita el peso de tantos ojos… Más adelante, soñé que un señor religioso venía a buscarme a Pinar del Río y me aseguraba: “Yo te necesito a ti y tú a mí”. Esto ocurrió así en la realidad. Cuando vine para La Habana, a fines de los setenta, me casé con un babalao, hijo de Shangó, llevamos juntos muchos años y nos va muy bien».
Vinculada a centros gastronómicos de los municipios de El Cotorro y Diez de Octubre, Juana se entera en 1994 que en el Casco Histórico habanero se vive un proceso de resucitación y, sin pensarlo mucho, le da tres vueltas en silencio a la ceiba de El Templete con un ramo de cinco girasoles y un ferviente deseo: quiere compartir su esoterismo con todo el universo. Al principio, la policía la aleja de la Plaza de la Catedral y ella llora su rabieta; pero después varios conocedores del folclor alertan a Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad, sobre los valores litúrgicos y ornamentales de la heredera del clan de los Ríos y de inmediato le dan su licencia de cartomántica.
Entonces, le llega el momento de convertirse en una excéntrica: viste de blanco y en su cabeza, junto al turbante, exhibe un moño de flores rojas de mar pacífico, el cual combina con sus argollas, collares y pulsos. Estos últimos simbolizan a la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba y su ángel de la guarda; a Obatalá, su padre en el santo y creador supremo; a Shangó, el de los relámpagos, el fuego, los tambores y la danza, que está en su fundamento; y a Yemayá, madre del universo. En uno de sus brazos se observa, igualmente, un iddé, especie de colgadera formada por cuentas multicolores unidas a varios dioses.
En su mesita de conjuros y embrujos sobresalen el rojo, el azul y el blanco, los colores de la bandera cubana. Allí, siempre tiene un azabache para lidiar con los rompecabezas del prójimo. En el referido diálogo agregó:
«Cuando llegan buscando una bendición enseguida levanto la copa y pido unión y paz. Hago lo mismo en homenaje a los que han dado sus vidas por las causas justas. ¡Ah…! ¿el tabaco?… No lo puedo dejar, es muy necesario. Me gusta, a ratos, echar mi fumadita; además, a los atormentados les echo su poquito de humo, los limpio con el pañuelo rojo y grito: ¡Siaaa!… a nombre de Santa Bárbara bendita. Estos son mis baños espirituales».
¿Sus clientes están convencidos de que lo suyo no es un embuste?
Seguro. Esto es cierto, aquí vienen muchos por segunda vez y me susurran al oído: «Lo sentí». Llegan extranjeras muy espirituales, como yo, las he requerido, y me han dicho palabras correctas… palabras que yo hubiera pensado antes.
¿Discrimina usted a algún santo?
No, los quiero a todos, los necesito para ayudar a los amigos. Saludo siempre a las madres que son mis madres, a los padres que son mis padres; a mi madrina; a las santeras mayores y menores. Esta Plaza de la Catedral es muy bonita, maravillosa, yo no me hallo en mi casa. Algunos cubanos, a veces, se disgustan al ver las donaciones de los visitantes a mi altar. Al final, me miran, se persignan, y me tiran un beso. Cada uno viene con una estrella a este mundo.
Juana la Cubana, quien adora a su legión de nietos, se pone a menudo a improvisar boleros y canciones. Así recuerda al viejo Pinar y a su padre, el modelo con humanidad de guitarra que aún la guía por el cosmos. Frente a la vulgar mezcla de razas y credos, ella defiende —y define— al verdadero negro llegado de África para conformar, en parto difícil y eterno, los pilares de nuestra patria. Claro, su humanidad mitómana, perfil charlatán y encanto de hada no entienden de disertaciones etnográficas.
Orlando Carrió/Cubasí