CULTURADESTACADAS

Bobok, el sapo que salvó a los yaquis de la sequía

A 15 de abril del 2018.-Se dice que hace muchos años una terrible sequía azotó el territorio yaqui, en lo que hoy es el estado de Sonora. Cuentan que los pozos se secaron hasta la última gota, que el suelo bajo los pies ardía como una brasa eterna y que las piedras se calcinaban hasta convertirse en polvo. Los ocho pueblos yaquis padecían sed y enfermedades por la falta de agua.

Los jefes de los ocho pueblos se reunieron y decidieron comunicarse a toda costa con Yuku, dios de la lluvia. Fue así que los sabios eligieron al noble gorrión para que surcara los cielos con sus incansables alas y le llevara el mensaje a Yuku, ante el cual exclamó:

– He venido en nombre de los ocho pueblos a pedirte el favor de tu lluvia.

A lo cual la deidad respondió:

– Con gusto gorrión. Vete sin preocupación y dile a tus señores que muy

pronto tendrán lluvia.

El gorrión voló tan rápido como pudo, pero antes de llegar a tierra el cielo se plagó de nubes y mortíferos relámpagos. Entonces, se formó un tornado que alcanzó al ave y el agua no llegó al territorio yaqui.

Al no regresar el gorrión, los jefes ordenaron que fuera la golondrina a platicar con Yuku. La valerosa ave emprendió el vuelo hasta encontrarse con el dios de la lluvia y le suplicó que le regalara un poco de agua a los yaquis, quienes morían de sed. Yuku contestó sin vacilar:

– Ve sin preocupación con tus jefes y ten la seguridad que tras de ti llegará la lluvia.

La golondrina se enfiló hacia la tierra satisfecha con la promesa de Yuku, pero al igual que el gorrión, fue atrapada por el viento y un relámpago la golpeó. De ella no se supo más y ni una gota de agua cayó.

Los ocho sabios, en su desesperación, optaron por otro mensajero, el sapo Bobok, quien vivía en Bahkwam (laguna). Los jefes se reunieron con él en Vícam (un poblado de Guaymas). Ahí le encomendaron la misión.

Bobok regresó a Bahkwam, pero antes visitó a un amigo que era chamán y le pidió que le prestara unas alas de murciélago. Al día siguiente, el sapo aladosubió al cénit hasta toparse con Yuku, a quien le dijo:

– Señor, no trate tan mal a los yaquis. Envíenos un poco de agua para beber porque morimos de sed.

Yuku respondió de la misma forma en que lo hizo con el gorrión y la golondrina. Entonces, Bobok fingió marcharse pero se ocultó. Repentinamente, el cielo se nubló, los relámpagos iluminaron la bóveda celeste, los vientos soplaron con furia y comenzó a llover. Finalmente, el agua llegó a la tierra pero no tocó al sapo.

Bobok se elevó mucho más arriba que la lluvia mientras cantaba: “¡kowak, kowak, kowak!”. Yuku escuchó al sapo e hizo que lloviera de nuevo. El batracio con alas de murciélago guardó silencio y la lluvia paró. Tras unos instantes, Bobok reinició su canto y se lanzó a la tierra. El dios de la lluvia mandó un diluvio para matarlo, mas no lo encontró, y así el agua humedeció todo el territorio yaqui.

Las tormentas llenaron de nuevo los pozos y apaciguó la sed de los yaquis. De pronto los sapos fueron abundantes y todos cantaban felices. Bobok devolvió al chamán las alas prestadas y regresó a vivir con paz en Bahkwam.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *