Como en una danza frenética dionisiaca, los precandidatos a elección popular se disputan posiciones, estructuras, presupuestos y desde luego la atención de un electorado que en una generalidad no sólo advierte el desgaste de la política como el oficio, que en teoría, fue creado por las fuerzas sociales para servir al pueblo, sino que además, observa una maltrecha baraja multicolor en donde personajes conocidos y desconocidos aparecen, cómo cada sexenio y trienio, otorgando trillados discursos que ni su esposa (o) o hijos (a) soportan. La realidad se muestra tal cual es, es decir, el ciudadano común, el de a pie, el trabajador, el maestro, el comerciante, el profesionista, el empresario, el burócrata, los jóvenes etcétera, ya no creen en el político convencional, ya no creen en los partidos que han machacado por décadas un mismo discurso, que a la luz de los nuevos tiempos, aparece como desaliñado fantasma, no sólo falso y con una carga de hipocresía que raya en lo patético y ridículo. El político convencional se ha convertido en un verdadero enemigo público, más problemático, dañino y letal que el crimen organizado (Vox populi), pues si comparamos lo que en las administraciones pasadas se han robado del erario público, y lo que la estadística muestra en los índices negativos de todos los rubros que podemos consultar en portales gubernamentales como el INEGI, la CNDH, así como como de ONGs, centros de investigación universitarios y medios periodísticos nacionales y extranjeros que investigan y dan seguimiento a lo que hacen y dejan de hacer los gobiernos, nos daremos cuenta cabal de que los gobiernos y sus funcionarios en turno han resultado los verdaderos delincuentes y que amparados por el fuero, las redes de corrupción y complicidad, así como el soborno con cantidades enormes de dinero ilícitamente sustraído, han terminado minando y casi destruyendo los cimientos de la verdadera cultura política que fue creada para dar orden y beneficio al pueblo, a la sociedad. El oficio del servidor público como muchas de sus políticas públicas se han desgastado porque pese a cierta bonhomía de sus leyes y reglamentos estos suelen ser letra muerta en el contexto de la realidad cotidiana. Pareciera una exageración iconoclasta y acusatoria del estado y sus funcionarios, sin embargo, no lo es, porque hoy en día el pueblo en sus diferentes sectores nos da la razón al expresarse en este sentido por medios de amplia accesibilidad, y aún democráticos, como lo son las variadas y plurales redes sociales.
Dice la gente en las redes sociales que ya no votarán por el partido, sino por la persona. Éste es un indicador de tendencia y también factor de medición sociológica del comportamiento y la preferencia electoral, toda vez que puede otorgarnos múltiples variables para comprender mejor el reto que se aproxima para los ciudadanos, que de una u otra forma, estaremos casi obligados a emitir nuestro voto, pues en él no solo nos jugamos nuestro bienestar presente, sino también el futuro a mediano y largo plazo de nuestros hijos y familias.
Entonces, si los políticos y sus propuestas aparecen anacrónicas y desgastadas en una generalidad ¿cómo saber cuál de ellos y ellas son los buenos (as)?, ¿Cuáles podrían ser los elementos que nos pudieran ayudar a observar a mayor profundidad cómo elegir al precandidato (a) correcto, el que de verdad tenga la capacidad y la eficacia de resolver los problemas que nos afectan día a día y que como en una caída libre al vacío sin fondo, están arrastrando a todos los sectores que conforman la pirámide socioeconómica? Es indudable que el político convencional ajustado por decisión y gusto propio a los viejos esquemas y prácticas de hacer política u obligado a las mismas por su pertenencia a grupos de poder, no contará con el aprecio de la gente y menos del sector joven que hoy es una generación muy heterogénea y compleja, que si bien le modelan viejas y nuevas carencias formativas, también es cierto que es más crítica de su realidad social y de los viejos discursos que ya no sólo no le son atractivos, sino que abiertamente los rechazan. Podríamos enumerar una a una las características propias del político joven o veterano, pero de ideas viejas preconcebidas como si de una caja de herramientas oxidadas y descontinuadas se tratara. Sin embargo, por cuestión de espacio sólo comentaremos algunos de los atributos que deberá tener u obtener el candidato (a) que de verdad pretenda ser un personaje atractivo y confiable ante una sociedad en el que el sector social joven sigue siendo la gran mayoría del electorado con gran dinamismo y con una variable muy singular que es representada por las mujeres, conjunto social que posee en si mismo una enorme riqueza y posibilidades desde el punto de vista electoral. Ahora bien, qué elementos constitutivos definirían al candidato (a) bueno, al ideal, al que resolverá los problemas, porque para eso se le “contratará”, no para que empiece, una vez electo, a engordar la papada, comprar outfits de moda y andar de reunión en reunión en camioneta último modelo.
El bueno (a), deberá saberse hombre / mujer de su tiempo, entender los procesos sociales, económicos y políticos del que proviene, sin cortapisas, con honestidad, pues la mentira ni a los necios sirve. Deberá superar la cómoda idea y comportamiento engendrado por la modernidad que en la lógica explicativa de Enrique Dussel se identifica como dominadora, individualista, en el que el “yo pienso” el “yo soy” como arcaica formulación ontológica, le hace arrogante y le autodefine como el “valor supremo” por sobre todo lo demás, sin siquiera sospechar que en realidad se encuentra en el modelo anterior y no el nuevo y necesario ante una realidad que ya no hay manera de maquillar. El bueno (a) deberá superar la vieja idea de que la razón que domina la res extensa a ultranza es la que proviene de su propio poder (aunque sea ficticio o una ilusión) o del poder que sustenta el grupo que lo impulsa, y que se convierte en una maquina aplanadora que se va a transfigurar en el origen del mal, en el que la máxima maquiaveliana ya bien conocida, vuelve a sentar sus reales para engendrar sin parar el machismo sexista, dominante y destructor de la naturaleza, de la comunidad, de lo vivo y de los valores postmodernos que son y serán los pilares de una nueva política y de una nueva sociedad[1]. Para Dussel la política vieja, (y por extensión obvia el político) es un constructo del capitalismo que a lo largo de sus diferentes etapas y fases generó progreso civilizatorio, la libertad del individuo y del mercado global de la mano de la ciencia y las revoluciones tecnológicas, pero también generó un efecto negativo en la sociedad y la naturaleza, casi de manera simultánea, en cada región del planeta sin excepción, y que hoy tiene a la humanidad al borde de un inminente desastre. Por tal razón, dice Dussel categóricamente, la política vieja como la modernidad, es un desastre.
Luego entonces, y en contraposición a este brevísimo apunte sobre la modernidad y la política emanada de ella, en la siguiente entrega abordaremos el postmodernismo y el comportamiento político que le es propio. De manera que siguiendo este juego lógico podremos identificar, que el bueno (a), será el político que pueda apreciar racionalmente no sólo las nuevas tendencias (mainstream), sino que de verdad tenga la capacidad de generar desde sí mismo y desde su propio grupo núcleo una convicción política postmoderna.
Cierro esta primera parte con lo que señala Jean-François Lyotard “El postmodernismo es acostumbrarse a pensar sin moldes ni criterios (prestablecidos)”.[2]
Jarco Amézcua-Luna
(abstractio doxologo profesional)
[1] Enrique Domingo Dussel Ambrosini, (n. 24 de diciembre de 1934, depto. La Paz, Provincia de Mendoza, Argentina) Universidad Complutense de Madrid, académico, filósofo, historiador y teólogo argentino, naturalizado mexicano y de ascendencia europea. Estudioso de la Ética, la Filosofía Política, la Filosofía latinoamericana y en particular se le reconoce por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la liberación, corriente de pensamiento de la que es arquitecto, habiendo sido también uno de los iniciadores de la Teología de la liberación y la nueva filosofía política latinoamericana.
[2] Jean-François Lyotard (Versalles; 10 de agosto de 1924-París, 21 de abril de 1998) fue un filósofo, sociólogo y teórico literario francés. Su discurso interdisciplinario incluye temas que abarcan la epistemología, la comunicación, el cuerpo humano, el arte moderno y posmoderno. Es conocido por su formulación del posmodernismo después de la década de 1970 y el análisis del impacto de la posmodernidad en la condición humana.