La Habana, Cuba.-En Cuba no cae nieve o granizo, como quisieran los románticos y los tipos que tienen musarañas en sus cabezas, pero sí tenemos buenas lluvias que benefician a las plantas, los ríos y los embalses. Y a propósito: ¿conocen ustedes a algún cubano que no se haya bañado nunca en un aguacero? Probablemente, no, pues eso de correr en medio de un aluvión siempre ha sido para los niños y adolescente una aventura llena de riesgos y emociones, una suerte de grito de redención que los convierte en hombrecitos y le agrega adrenalina al tedio de la vida diaria.
A mí nunca me dejaron vivir dicho matrimonio con las hadas, aunque a veces lograba subir al tejado de mi casa en Guanabacoa para esperar la tormenta a pecho descubierto, dispuesto a vencer el catarrito bobo que, de seguro, me provocaría el chaparrón.
Paradójicamente, los baños callejeros pueden tener muchos atractivos. Los pequeños corren como locos por todas las cuadras de su vecindario, gritan con furia y se ríen de manera histérica para liberarse, un poco, el estrés de la escuela o de sus propias casas. Al mismo tiempo, aprovechan los charcos que hay en la calle y se tiran aguas entre todos en un ambiente de bromas y atrevimiento.
No faltan tampoco los que, acompañados por los mayores, juegan fútbol bajo el torrente y tratan de imitar a Ronaldo o Messi sin importarles los rayos y los vientos de borrascas.
Pepe, el santero de la cuadra, me comentó cierto día que él obligaba a sus hijos a meterse en el temporal, pues este «les blanqueaba la piel» y Luisita, la vanidosa peluquera, me aseguró que la lluvia le dejaba el pelo muy suave y con olor a fruta fresca. Y ni hablar de los «choferes» de las chivichanas, quienes, en pareja, lanzan sus armatostes por las calles más elevadas y empapan a los pobres transeúntes que van caminando ajenos a la catástrofe que se les viene encima.
De todas formas, es bueno aclarar que entre las muchas precipitaciones del año hay una muy particular en Cuba: el primer aguacero de mayo, el cual ha sido esperado durante decenios por nuestros abuelos y abuelas y aún hoy sigue teniendo imán, sobre todo en las zonas del interior de la Isla, donde chorrear un poco es visto como un golpe demoledor contra el «coco».
Los motivos son diversos y controvertidos; no obstante, la mayoría de nuestros hombres de campo, celosos de las mitologías de la palma y las parideras de los cerdos, indican que esta mojada puede augurarnos buena fortuna, limpiarnos de manera radical y darnos muchas energías y salud. Como si esto fuese poco, las aguas precursoras del quinto mes, al parecer, también están «benditas» por lo que pueden salvarnos de algún bilongo o mal de ojo.
Es, asimismo, una creencia extendida que este líquido puede librarnos de unas descomposiciones estomacales terribles llamadas el «Bobo de Mayo» por lo que en muchos pueblos cubanos es recogido con celo en palanganas, cubos, tanques y otros recipientes. Según algunos, puede, igualmente, acelerar el crecimiento de los niños, rejuvenecer, eliminar parásitos intestinales y hasta… ¡fortalecer el pelo!
Algunos científicos consideran que adjudicarle propiedades curativas al primer diluvio de mayo es «cosa de viejos», sin embargo, en cuanto caen las primeras gotas salen a la calle los niños y los adolescentes, eufóricos y esperanzados, a fin de asistir a una fiesta que se vive en la tierra, pero viene desde las nubes. Y es que contra el imaginario popular los conceptos académicos resultan pedantes.
Muchos adultos añoran los días en que resbalaban con la panza por la acera e iban a dar con sus huesos al otro lado de la cuadra, para desde allí, con picardía, saludar a sus abuelas, quienes no dejaban de refunfuñar y maldecir. Estaban casi desnudos, descalzos y con poco en el estómago. Sin embargo, se sentían los gobernadores del cosmos, no necesitan los juguetes caros ni las novedades tecnológicas de hoy. Así eran las cosas en ese entonces…
Orlando Carrió
Fuente: Cubasí